jueves, 29 de noviembre de 2007

CANDELA-BEATRIZ

CANDELA, BAJO LAS NIEVES DEL MONTE FUJI

Candela nunca estuvo en Japón. El único contacto que tuvo con la cultura oriental era la estampación de motivos nipones -una rama de cerezo en flor, el monte Fuji coronado por las nieves- que adornaban el papel de leja de la casa en la que servía.

En vida nunca se le conoció vocación literaria. No escribió en presencia de don Amancio, si exceptuamos una vez que tuvo que garabatear, con cierta dificultad, la dirección de unos familiares lejanos a los que deseaba mandarles recado de que don Ramón padre había fallecido en la víspera y que de ahí en ocho años comenzaba uno de los lutos más rigurosos que se recuerda en el pueblo de Valladolises. A partir de entonces, no sólo no escribió nada más, si exceptuamos una lista de haberes y deberes que se conversa prendida al travesaño de la techumbre que cubría su habitación junto a las bestias, sino que dejó de hablar y empezó a comunicarse con una especie de gruñid

os, mitigados por el dolor, que don Amancio y su esposa Amalia, entendedores del trance por el que ésta pasaba, entendían como un sí o como un no, según las circunstancias y la conveniencia.

Sin embargo, al revisar los cuadernos de don Amancio, en concreto el penúltimo, que es en realidad no un cuaderno propiamente dicho sino una recolección de hojas sueltas sencillamente encuadernadas con la habilidad de un talabartero, allí aparecen con una caligrafía infantil, redondeada -no obstante- con cierto primor, frases aparentemente sueltas, azarosamente dispuestas en los márgenes de las páginas que ocupan otros escr

itos ennoblecidos de alguna forma por la letra impresa de la corona portátil con la que escribía don Amancio.

Fue precisamente su viuda, doña Amalia, en el escrutinio de los papeles del antólogo que siguió a su muerte, la que leyó por primera vez en voz alta aquellas frases que hilvanadas cobraban un nuevo sentido. “Tonterías de Candelica, dijo, cositas que escribió en los cuadernos la nieta de nuestra asistenta”. Pero al indagar con la discreción que nos caracteriza sobre el paradero de Candelita, nos encontramos con una adolescente enmarañada en el mundo intelectual de la Vale y el Super pop que no supo a lo largo de la conversación que ni remotamente de qué hablábamos.

Fue Candela, la hacendosa, la que en esas hojas sueltas que tiraba don Amancio a la papelera para recogerlas arrepentido al día siguiente y alisarlas con la plancha bajo un paño de lino, fue ella la que escribió unos hermosos versos a medio camino entre el haikú y el repentismo. Así hoy junto a los poemas de otros que el tiempo ha justamente olvidado quedan estas palabras, estas exaltaciones líricas, como unas glosas silenses del siglo XX, que muestran la emotividad de un ser anónimo que nunca quiso ser lo que fue, una voz entre los ecos.

Como muestra, y como final de esta semblanza, he escogido el siguiente texto que ilustra perfectamente la habilidad innata de Candela para la intensidad:

Se desliza la plancha
Sobre los campos de algodón de unas camisas.
Primavera se acerca.

Por el licenciado Aguilar.


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BEATRICE


Este licenciado quiere hacer constar, en primer lugar, que ha roto relaciones con doña Amalia y que, de ahora en adelante, no dispone de otras fuentes que unos pocos legajos manuscritos y el aliento con el que su maltrecha memoria pueda adornarlos. No se trata de dar razón aquí de la discordia qu

e ha surgido entre la mujer de don Amancio y un servidor, tanto más cuanto ella vive y yo no puedo sino estarle agradecido por haberme permitido hurgar entre los papeles de su marido durante todo este período.

Sin entrar en más detalles, diré que ha sido Beatrice la causante de esta situación. Beatrice es la hija de la señorita Luna, para quien Candela lavaba, plisaba faldas, zurcía medias y bordaba enaguas. Beatrice. Beatrice era la niña en la sombra, la devoción de doña Amalia, su protegida. Doña Amalia se quería su mentora literaria y siempre la mantuvo lejos de don Amancio, a quien ocultó todos los escritos de la chiquilla, qu

e apuntaban desde muy pequeña ya muy buenos detalles. Pero Beatrice, llegada la edad adolescente, renegó de doña Amalia y se dejó querer por don Amancio, más que por ver alentados sus primores literarios, con la idea de que don Amancio le presentará al director de Radio Juventud de Cartagena y le abriera las puertas a una carrera radiofónica en aquella emisora.

Para la sensibilidad poética ya estaba Ca

ndela, con quien la niña Beatrice había compartido juegos, y ya de mayor, a sus hermosos diecisiete, ciertas confidencias de mujer a mujer. Ella quería la radio. Así, Beatrice pasaba las horas escuchando las entradillas de los programas culturales, los que más le gustaban; esperaba luego con ansiedad la presentación del personaje de la entrevista del día, disfrutaba el juego de preguntas y contrapreguntas, y lo más, pero lo más, la frase con que el locutor-presentador despedía al entrevistado y luego, con aquella música de fondo, el programa todo, "y hasta la semana que viene".

Luego se matriculó en periodismo y en tre

s filologías, trabajó en la Radio Juventud de sus amores y afinó hasta el extremo la redacción de entradillas, al punto de que algunas de ellas forman parte ya del acerbo fraseológico de la radio. "Hoy les ofreceremos un programa muy especial", "hoy tenemos con nosotros a la flor y nata de la cultura murciana", "Un personaje que no necesita presentación", "pronto darán las diez", "nuestros queridos oyentes", "a continuación las horarias, todas las noticias, y luego volvemos" o "tras la publicidad, tendremos con nosotros a…" son remedios radiofónicos de su creación. No planchó algodones para la primavera, pero cada minuto de radio de que dispuso la hizo feliz. Soltera de por vida, pero feliz.

Y perdóneme, doña Amalia, perdóneme.


El licenciado Lorente



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