CANDELA, BAJO LAS NIEVES DEL MONTE FUJI
En vida nunca se le conoció vocación literaria. No escribió en presencia de don Amancio, si exceptuamos una vez que tuvo que garabatear, con cierta dificultad, la dirección de unos familiares lejanos a los que deseaba mandarles recado de que don Ramón padre había fallecido en la víspera y que de ahí en ocho años comenzaba uno de los lutos más rigurosos que se recuerda en el pueblo de Valladolises. A partir de entonces, no sólo no escribió nada más, si exceptuamos una lista de haberes y deberes que se conversa prendida al travesaño de la techumbre que cubría su habitación junto a las bestias, sino que dejó de hablar y empezó a comunicarse con una especie de gruñid
os, mitigados por el dolor, que don Amancio y su esposa Amalia, entendedores del trance por el que ésta pasaba, entendían como un sí o como un no, según las circunstancias y la conveniencia.
Sin embargo, al revisar los cuadernos de don Amancio, en concreto el penúltimo, que es en realidad no un cuaderno propiamente dicho sino una recolección de hojas sueltas sencillamente encuadernadas con la habilidad de un talabartero, allí aparecen con una caligrafía infantil, redondeada -no obstante- con cierto primor, frases aparentemente sueltas, azarosamente dispuestas en los márgenes de las páginas que ocupan otros escr
itos ennoblecidos de alguna forma por la letra impresa de la corona portátil con la que escribía don Amancio.
Sobre los campos de algodón de unas camisas.
Primavera se acerca.
Por el licenciado Aguilar.
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BEATRICE
Este licenciado quiere hacer constar, en primer lugar, que ha roto relaciones con doña Amalia y que, de ahora en adelante, no dispone de otras fuentes que unos pocos legajos manuscritos y el aliento con el que su maltrecha memoria pueda adornarlos. No se trata de dar razón aquí de la discordia qu
e ha surgido entre la mujer de don Amancio y un servidor, tanto más cuanto ella vive y yo no puedo sino estarle agradecido por haberme permitido hurgar entre los papeles de su marido durante todo este período.
e apuntaban desde muy pequeña ya muy buenos detalles. Pero Beatrice, llegada la edad adolescente, renegó de doña Amalia y se dejó querer por don Amancio, más que por ver alentados sus primores literarios, con la idea de que don Amancio le presentará al director de Radio Juventud de Cartagena y le abriera las puertas a una carrera radiofónica en aquella emisora.
ndela, con quien la niña Beatrice había compartido juegos, y ya de mayor, a sus hermosos diecisiete, ciertas confidencias de mujer a mujer. Ella quería la radio. Así, Beatrice pasaba las horas escuchando las entradillas de los programas culturales, los que más le gustaban; esperaba luego con ansiedad la presentación del personaje de la entrevista del día, disfrutaba el juego de preguntas y contrapreguntas, y lo más, pero lo más, la frase con que el locutor-presentador despedía al entrevistado y luego, con aquella música de fondo, el programa todo, "y hasta la semana que viene".
s filologías, trabajó en
Y perdóneme, doña Amalia, perdóneme.
El licenciado Lorente
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