miércoles, 16 de enero de 2008

EL CREPÚSCULO

No todos comulgan siempre con quienes tienen que comulgar y no siempre este acto se desarrolla en los mismos escenarios.

Los oyentes que nos han seguido a lo largo ya de casi dos años, en realidad se han podido hacer una imagen equivocada de este hijo pródigo de Corvera. Alto, vetusto, de noble presencia, nos comentaban el otro día algunos oyentes que se lo imaginaban; otros, en el simposium que sobre la obra de don Amancio impartimos en el Ateneo de Tabernas los licenciados Lorente, López y yo, se lo imaginaban de complexión recia, de palabra terruña, pese a las vestiduras académicas. Ni unos ni otros tenían razón.

Sin embargo, la imagen externa es lo menos importante, pero imagínense que si en esos aspectos ya hay posturas tan dispares, qué no sucederá en lo tocante al alma.

La radio, las disputas entre los licenciados que nos dedicamos a su obra, las palabras estudiadas de este guión, todos estos elementos, contribuyen a dar una imagen que no siempre ha sido la más atinada, la más veraz, aunque siempre haya tendido a ser la más verosímil, porque no deben de olvidar que los tres estudiosos de la obra, al margen de ser profesores de “esto de la letra”, los tres, además, escribimos y es posible que de una forma involuntaria dejemos prevalecer nuestra impronta creativa al compromiso con la verdad.

En Corvera, en el pueblo de don Amancio Vespertino, no todos tienen de él la misma consideración. ¿Hijo pródigo?, decíamos antes, pues no siempre. Al preguntar por el pueblo me encontré con una desagradable sorpresa. En los años setenta se extendió por la pedanía un chascarrillo que venía a decir, variando el conocido refrán, “No por mucho madrugar, amanece vespertino”. La siesta fue sin duda una de sus aficiones preferidas, y la cama, pero la cama desprovista de toda connotación sexual, aunque doña Amalia se empeñe en lo contrario. A tal punto llegó esta afición, este pequeño pecado, que en el pueblo se hizo conocida para su desgracia, en unos años en los que ser señorito ya no estaba bien visto del todo.

“A quien madruga, Vespertino no le ayuda”, era otra de las frases de cuño popular que posiblemente en más de una ocasión tuvo que escuchar nuestro erudito o “La cara es el libro en el que se lee el alma” que quedó algo así como “La cama es el lugar en el que vespertino lee con el pijama”, algo más rebuscada y de sabor más literario.

Tampoco en el mundo más serio de las letras encontró el reconocimiento que siempre anheló. “El cisternero”, como empezó a ser conocido, ya que se desplazaba a la ciudad, en multitud de ocasiones, en el camión cisterna que traía agua a Corvera hasta hace no poco, era objeto de mofa por parte de los académicos de la ciudad que nunca quisieron ver en él a un igual.

Amancio Vespertino, sin embargo, con sus luces y sus sombras, ha sido el objeto de nuestro estudio, también, por qué no decirlo, objeto de nuestra pasión. Tal vez por eso pido a los oyentes que sepan disculpar aquellos excesos en los que donde dice “vago” decimos “abnegado trabajador” o donde aparecen sus debilidades las convertimos en virtudes cotidianas, en pequeñas licencias. Ya saben que las cosas dependen del cristal con que se miren y que nunca es vespertino si la dicha es buena.


Por el licenciado Aguilar